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Mi pasión por el coleccionismo se la debo a mi marido,
el barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza. De niña tuve contacto con el mundo del arte
por la afición que mi padre sentía hacia la pintura y que ejercía en sus ratos libres.
Recuerdo el olor a óleo en su estudio, así como las frecuentes visitas con mi madre a
los museos. Quizás, el tratar de comprender qué piensan y qué sienten los pintores cuando
se sitúan delante de una tela, es lo que me ha llevado a mí misma a buscar la maravillosa
sensación que se experimenta cuando se pinta. Mi hermano Guillermo y yo pintábamos juntos
muchas veces.
No fue, sin embargo, hasta que conocí a Heini cuando supe lo que implicaba ser coleccionista. Todavía
guardo en mi recuerdo la primera vez que visité la pinacoteca de Villa Favorita junto a él, y los años
visitando museos, galerías de arte, estudios de artistas y también exposiciones temporales de nuestra
Colección prestadas a diferentes países del mundo.
En el siglo xviii, los viajeros que visitaban Venecia, se llevaban consigo vedute de la ciudad de los
canales, admirados por su belleza. Ese poder del arte de trasladarnos a otros lugares y épocas a través
de los ojos del artista, siempre me ha cautivado. Tal vez por eso, las vistas y paisajes ocupan un lugar
muy relevante en mi colección. Creo que la pintura es, sobre todo, una forma de llevarnos a otra realidad.
Desde que comencé a adquirir obras de arte, siempre he sentido que el arte no es para uno solo y que debe
ser compartido; esto es lo que he querido trasmitir a mi hijo Borja. Por ello estoy muy agradecida al Museo
Thyssen-Bornemisza, así como al Estado español.
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