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PINTURA DEL SIGLO XX EN FRANCIA, BÉLGICA, ESPAÑA E ITALIA
TORRES-GARCÍA, Joaquín (Montevideo, 1874 - Montevideo, 1949)
Estudio para «La Catalunya eterna»
c. 1912
Tinta aplicada a pluma y pincel sobre papel, 8,3 x 10 cm

Colección Carmen Thyssen-Bornemisza

A mediados de septiembre de 1913 se publica en Gerona, en la imprenta Rafael Masó, una obra de Joaquín Torres-García titulada Notes sobre art, recopilación de textos sobre cuestiones estéticas que habían aparecido previamente en periódicos, sobre todo en La Veu de Catalunya. Este libro es el primero de una larga serie de obras del pintor. Resume lo que supuso la evolución del pintor uruguayo desde sus primeras armas en el terreno de la ilustración en Barcelona, en la época del Noucentisme. «El arte más puro», escribía en uno de los capítulos titulado «Intel.lectualisme de l’art», «el arte intelectual, el arte verdaderamente ideal, procede también del lado de la razón. Ya que sin medida y proporción, ordenación y lógica, no podemos concebir una obra perfecta […] El artista-bohemio, el artista-romántico, el artista instintivo, en fin, el artista prosaico o inculto, tiene que dejar su lugar al artista-filósofo». Hacía varios años que Torres-García había adoptado claramente esta postura de artista-filósofo, en pos de los mismos ideales que defendía Eugeni d’Ors y los promotores del Noucentisme, que convertían a Cataluña, país latino, en estandarte de la tradición cultural mediterránea. En 1911, el presidente de la Mancomunitat, Prat de la Riba, le encarga la decoración al fresco del salón de gala del Palau de la Generalitat, el Salò de Sant Jordi, amplia sala exterior que constituye una especie de salón de los pasos perdidos. El pintor se compromete a llevar a cabo la obra con gran entusiasmo. En 1912 realiza un viaje a Italia para estudiar la técnica de la pintura al fresco y el 28 de julio de 1913 comienza a pintar el primer fresco, La Catalunya eterna; este dibujo es un boceto para el mismo. La composición se organiza en torno a un árbol del que pende un escudo con las armas de Cataluña. Este árbol milenario, frondoso y protector, símbolo de la vida y de la regeneración, es el de la patria, el de la Cataluña eterna, cantada por poetas y filósofos, tomado como ejemplo en el discurso político nacionalista de aquella época. Torras i Bages, uno de los pilares del pensamiento nacionalista de aquellos años, al que el pintor admiraba profundamente, hacía referencia al mismo en La tradició catalana, obra publicada en Barcelona en 1892: «Las variaciones del tiempo pueden menguar este magnífico florecimiento de nuestra tierra; mas hasta que el rico caudal del espíritu persevere, el árbol de la patria será como el de Horacio que, variando las estaciones, pierde la hoja para quedarse vestido de otra nueva, igual pero más hermosa».

El árbol está flanqueado por dos figuras femeninas. Una, que vela sobre un hogar, representa «la Tradición y la llama pura e inextinguible de la lengua», como declaró Torres en una entrevista concedida a Vicente Solé de Sojo, publicada en El Día Gráfico del 24 de diciembre de 1913. Lleva la cabeza cubierta por un velo, como se representaba a la diosa romana Vesta o a la griega Hestia, cuya misión consistía en proteger día y noche el fuego del hogar: en este caso la llama de Cataluña. La lengua está simbolizada por la pluma y el pergamino que sostiene la vestal y por la inscripción «verb», que se puede leer sobre el frontispicio del hogar. La otra mujer en pie recuerda a la Palas Atenea griega, con casco, escudo y lanza, divinidad guerrera protectora de Atenas, defensora de las causas justas pero, sobre todo, diosa de la sabiduría y del pensamiento que dirige la actividad intelectual. Se la relacionará con una de las obras maestras noucentistas de Torres, su gran composición clásica Palas presentando a la Filosofía como décima Musa en el Helicón, cuadro de 1911 que tituló Filosofia Xa Musa y que perteneció a Eugeni d’Ors. Torres-García había reivindicado el papel de la «enseñanza especulativa» y, más concretamente, de la filosofía en su artículo «La nostra ordenació; el nostre camí», que se publicó en abril de 1907 en el periódico Empori, cuyas ideas desarrollará en 1915 en su libro Diàlegs: «Si el arte tiene como objeto buscar las cosas eternas, ¿cuáles has de elegir de entre éstas_ La Tradición ha de estar compuesta por todo lo que, en nuestro universo, está de acuerdo con la Tierra, no con los hombres o sus obras, cuando éstas no están en armonía con la Tierra. Contemplad ahora la Tierra y el Mar… ¿Qué os dicen_ Os dicen lo que ya os hemos dicho: de ese mar tan azul y de esa espuma inmaculada podría volver a nacer Afrodita […] bajo esa parra, se sentiría a gusto el alegre Dioniso; las columnas del templo están en perfecta armonía con los troncos de los pinos, hermosos como los de la luminosa Italia; y ese olivo, ¿no es acaso el árbol de Palas_».

Emmanuel Guigon

Agradecemos esta información a Salvador Cabré y Susana Penelo, del Arxiu Nacional de Catalunya.



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