PAUL SIGNAC Y LA PINTURA EN FRANCIA, BÉLGICA Y ESPAÑA EN TORNO A 1900
REGOYOS, Darío de (Ribadesella, 1857 - Barcelona, 1913)
Paisaje nocturno nevado. Haarlem
1886
Óleo sobre lienzo, 87 x 119 cm
Colección Carmen Thyssen-Bornemisza
Paisaje nocturno nevado representa un canal de Haarlem en el mes de enero de 1886, en el que Regoyos captó de forma magistral la quietud y soledad que el frío invierno imponía en una noche con nieve recién caída.
La composición en esta obra es la tradicional en Regoyos: divide el espacio por medio de líneas oblicuas y horizontales, también sitúa el centro de observación por encima de la altura humana; utiliza los efectos de luz y las sombras como medio de expresión, dando el contraste adecuado y logrando una armonía general extraordinaria. Regoyos, desde sus primeros pasos como pintor, sintió una gran predilección por los efectos de luz, siendo numerosos sus óleos con esta temática.
En este cuadro el protagonista puede decirse que es «la quietud de la noche», que le da un contenido poético y misterioso a la obra, situándose su estilo en el entorno simbolista, muy parecido al que años más tarde su compañero del círculo de Les Vingt, el pintor simbolista belga Fernand Khnopff, abordaría pintando canales y arroyos en condiciones parecidas, como sucede con El final del día, 1891, y El agua inmóvil, 1894.
La influencia artística en la realización de obras como ésta hay que buscarla en su intensa amistad con los poetas y escritores Émile Verhaeren, Maurice Maeterlinck y Georges Rodenbach, que formaron parte del movimiento simbolista literario belga. Sobre todo con Verhaeren, con quien en 1888 viajó por España; viaje que dio lugar en 1898 a la edición de la conocida obra La España negra (aunque la serie de obras pictóricas que lleva ese mismo nombre se inició en 1888).
La obra que nos ocupa quedó fielmente descrita en el libro que su íntimo amigo, el periodista y escritor Rodrigo Soriano, dedicó al pintor asturiano: «En Haarlem pintó Darío uno de sus cuadros más audaces. Indomable el artista, no reparó, siquiera, ni en la hora ni en el clima. En un anochecer del mes de enero, ¡y en Holanda! que congelaba hasta el suspiro, fuimos a la orilla de un canal, que transparentaba un viejo barco, desnudo de velamen. Las orillas estaban nevadas. A través de los árboles asomaban tejados de pizarra, agudas flechas que plateaba la luna. Unos farolillos iluminaban con extraño resplandor el agua y la nieve, envolviendo la arboleda en rosáceas tintas. Es el cuadro, por lo original de la hora, lo mágico del efecto, la suavidad y finura de sus tintes, como ensueño polar que halaga la fantasía».
Juan San Nicolás
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